Alejado de todo pero más cerca de mi mismo que nunca. Con pendientes infinitas que me harán retorcerme hasta encontrar el último gramo de fuerza para superarlas. Con vertiginosos descensos que harán que la tensión borre el frío. Donde el tiempo no pasa. Donde las horas tienen más de 60 minutos, y los kilómetros más de 1000 metros. Sin persecuciones de cronómetros ni de posiciones, sin drafting...
Rodeado de un excepcional paraje natural que transmite una paz que te transporta lejos de este loco mundo en el que vivimos. La montaña y yo.
Una natación de 3,8 km que se inicia a las 6 a.m., totalmente a oscuras y con el agua muy fría, con mucho respeto, con la incertidumbre de lo que el día deparará.
Mas de 4000m de desnivel para 188km de bici entre paisajes alpinos, montañas verdes, montañas rocosas que te conducen hacia el gran COLOSO que es el Izoard, a 2360 metros de altitud con mas de 25km de ascención para todo un puerto digno de la mejor y más dura etapa de montaña del Tour o Giro, que me hará estar más cerca del cielo que nunca. Más puertos y rampas duras entre medio del circuito ciclista y un puerto de 7km que comienza en el km 178 de bici.
Una maratón de 42,195m con bastante desnivel, entre árboles, rodeando el lago, pasando puentes de hierro, caminos secundarios, senderos, algunas rampas del 10%... Frío, calor, humedad, oscuridad en la noche? Con la gran incertidumbre de si seré capaz de superar esta prueba (humildemente al menos lo intentaré consciente de mis limitaciones), pero con la convicción de que estar en la línea de salida para intentarlo es todo un triunfo. Una prueba de altísimima exigencia para un triatleta del montón y de poca dedicación.
Una ilusión. Una meta. Un reto. Quizás un punto y aparte. Un lugar donde volver a nacer triatléticamente. Una segunda primera vez.
15 de agosto de 2010. Embrunman.